Nos tendríamos que preguntar cada uno de nosotros hasta que punto somos solidarios con las personas con discapacidad, es decir, como vemos aquellos que son distintos, y como afrontamos por lo tanto el reto de la integración.
En primer lugar se debe modificar la actitud de todos los colectivos, admitir que la integración no es tan solo atención, sino que es accesibilidad y acceso para ser uno más de la sociedad, y ahí entramos todos, porque todos formamos parte de la sociedad y por lo tanto estamos implicados de alguna manera, y hacerlo no solo cuando nos toque de cerca.
En ocasiones la sociedad tiene tendencia a marginar la diferencia, muchas veces ocurre por temor o por desconocimiento. Por este motivo muchos padres en los colegios tienen temor de que en la escuela ordinaria pueda haber algún niño con algún tipo de discapacidad intelectual, porque consideran que puede perjudicar a sus hijos, o retrasar la formación. Por ello hay que informar a la sociedad, a profesores, padres, alumnos, de que hay que integrar, y que hacerlo es enriquecerse y no empobrecerse.
Lo mismo ocurre cuando un empresario tiene que contratar alguna persona con discapacidad, que piensa que va a ser un perjuicio para su empresa, y por falta de conocimiento puede cerrarse a este tipo de contratación.
Al igual que en un centro deportivo o en lugar de ocio, hay que ver la integración de las personas con discapacidad con naturalidad, y para ello deben crearse los mecanismos necesarios para que se esté informado y asesorado, de tal manera que se pongas los medios materiales y humanos para poder llevar a cabo la inclusión en la sociedad de las personas con discapacidad en todos los ámbitos de la vida, frenado de esta manera todo tipo de discriminación aceptando la diversidad.
Javier Abad Chismol