La sociedad debe ir procurando el que se vaya caminando a una inclusión real de las personas con discapacidad en la vida cotidiana, algo que parte por lo general de las familias, que quieren que sus hijos/as no se sientan desplazados, y que además que ellos puedan ser lo más autónomos posibles, y que el día que ellos no pudieran estar con ellos podrían valerse por sí mismos y que tendrán los apoyos necesarios.
Para ello hay que romper barreras y prejuicios, e incluso cambiar y cuidar los términos y las palabras del lenguaje, como por ejemplo que la Comisión para las Políticas Integrales de la Discapacidad del Congreso de los Diputados aborda la reforma del artículo 49 de la Constitución, con el fin de sustituir el término “disminuido”, para cuando se refiera a las personas con discapacidad. El vocabulario ha ido evolucionando, y se debe buscar que este también sea inclusivo y no peyorativo.
El camino a la inserción y a la normalización parte de una sociedad que busque la igualdad derechos y sobre todo la igualdad de oportunidades, y para ello hay que saltar barreras y poner todos los apoyos necesarios y para igualar las posibilidades para el desarrollo integral de la persona.
Una educación inclusiva que sea el comienzo de una vida integradora como uno más, un trabajo digno, que permite desarrollarse en la vida, un sueldo digno. Las personas con discapacidad intelectual no tienen porque ser siempre dependientes de la sociedad, con los apoyos necesarios puede aportar como cualquier otro. Lo que hace falta es una sociedad, una legislación, que crea en la igualdad de oportunidades, que no se trata solo de atención, que sea participación activa.
A su vez esto se visualiza, de tal manera que la sociedad en su conjunto sea consciente de esta temática, y que todos, formamos parte, bien sea por la escuela, por el ocio, porque somos vecinos, por el transporte público, por el trabajo, por un amigo, por un familiar, en definitiva todos formamos parte del camino a la inserción.
Javier Abad Chismol